Devil on the Roof

“Aún tengo vívidos recuerdos de los cuentos de terror que oí durante mi infancia.  Yo tendría en ese momento unos 7 años y mi hermano Mauricio, 6.  Vivíamos en la casa de mi abuela materna, una casona colonial de 250 años en un pueblo al norte de Bogotá llamado San Gil.  La casa tenía un patio sevillano que en el momento parecía enorme.  Las puertas de los cuartos daban hacia el patio y tenían cerraduras antiguas que cuando la luna estaba llena dejaban entrar un haz de luz de luna que se movía por el cuarto a medida que pasaba el tiempo.  La decoración eran su mayoría art deco, o imitación de ello, con algunos muebles del período colonial español.  En la noche, los cuartos eran tan oscuros que no se podía ver la propia mano al ponerla enfrente de la cara.  Mi abuela tenía una sirvienta joven, campesina, un poco regordeta con cabellos negros y la cara siempre sonriente.  Se llamaba Graciela.    Nos trataba con melosería cuando la abuela estaba mirando, pero cuando la abuela estaba ausente se tornaba desdeñosa y un poco altanera.  Ella fue la que nos contó nuestros primeros cuentos de miedo.  Recuerdo que una noche luego de haber cenado, mis abuelos se habían ido a dormir y mi hermano, mi tío Sergio, dos años mayor que yo, y yo, estábamos haciendo sobremesa en el comedor.  Llegó a la mesa Graciela a retirar platos y limpiar migas del mantel.  Al vernos hablando entre risas nos dijo muy seria -En algunas noches, sobre el techo de esta casa, camina el Diablo.  Se le reconoce porque llega cerca a la media noche buscando almas y da tres silbidos largos que se oyen por toda la casa.-
Luego de decir eso una sonrisa macabra se dibujó sobre su rostro y se fue para la cocina.  A partir de ese momento, mi hermano y yo quedamos aterrorizados.  Varias noches oímos los fatídicos 3 silbidos y nos daba pavor inclusive entrar al baño.  Era tanto el medio que decidimos tener una bacinilla bajo la cama para poder orinar sin tener que salir del cuarto con tal de no tener que salir del cuarto.  Nos tomó mucho tiempo convencernos de que en realidad no era el diablo sino una treta pesada de la sirvienta.  Todavía hoy hablamos mi hermano y yo de las noches que pasamos en vela, rezando para que el diablo no reclamara nuestras almas.”

 

Carlos Silva grew up in Colombia, many of the legends he heard were about the devil. Since Catholicism is so prevalent in Colombia, demonic symbols recur in many childhood fears and memorates.